jueves, 21 de mayo de 2009

Buscando al Nuevo Líder - II

Parte II: El liderazgo impuesto.

"...quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar, todos verán lo que aparenta y pocos lo que es, y estos pocos no se atreverán a ponerse en contra de la mayoría..."

(Nicolás Maquiavelo en El Príncipe).

En purismo suele entenderse al liderazgo como la habilidad, devenida de capacidades aprendidas e innatas, así como de la interacción con su realidad circunstancial, que tiene una persona para influenciar a un grupo determinado ante a una particular situación en un momento dado, momento que generalmente se corresponde con la urgencia de dar solución a un problema.

Como las habilidades no encierran un valor intrínseco, lógicamente ha de entenderse que sirven al Bien lo mismo que al Mal [1] (ambos extremos en el caso del liderazgo con notables ejemplos a lo largo de la Historia). En ese sentido, por formar parte del conocimiento sensible y por su pendulación moral, aplícanse al liderazgo todas las consideraciones éticas que el tiempo y el rigor filosófico inspiran.

A la perspectiva tradicional que concibe al líder como una visión heroica y espontánea surgida como reacción a la adversidad externa, le asoma de reciente una realidad distorsionada cuya aparición no viene dada por motivaciones éticas y sinceras, sino más bien por razones de oportunidad y conveniencia. Los entendidos en la materia coinciden en la afirmación de que todo buen líder sabe vincularse con sus semejantes en procura de lograr un fin más elevado cuya concreción depende de un esfuerzo mancomunado, pero la teoría se viene a menos cuando la práctica redunda en la imposición de líderes.

La imposición de algún tipo de liderazgo, especialmente el político, por querer darle título a la promoción dolosa de una figura mesiánica entre los pobladores, ya por un líder auténtico [2], por una figura de autoridad o por algún poder social, atiende a la intención de los últimos a encaminar forzadamente la voluntad del primero a un interés particular. Con fundamento en la posición de Warren Bennis que afirma que la idolatría por las estrellas de la farándula y personajes similares se compagina fielmente con la necesidad de liderazgo, y poseyendo plena conciencia de que existen necesidades creadas [3] por ilusiones mediáticas y otras artimañas, luego es posible afirmar que el liderazgo puede originarse en alguna presión silente sobre las masas.

Cuando la presión y el engaño son desmedidos en la imposición del líder, en la exaltación de virtudes inexistentes y cualidades falseadas, disminuye considerablemente la posibilidad de control sobre éste, quien se va haciendo de una vinculación propia con sus seguidores independientemente de los intereses e intenciones de aquellos que le hincharon cual globo. Describe esto la llamada creación de monstruos, fenómeno del liderazgo que da origen a líderes altamente problemáticos, capaces de manipular voluntades para ponerlas al servicio de su caprichoso ideario, que empieza pronto a desconocer límites porque a toda crítica le precede y sobrepasa la mitificación de sus capacidades, aunada a la adulancia de sus seguidores cercanos.

Caso emblemático de un liderazgo impuesto, transformado luego en un fuerte liderazgo por las propias capacidades y sagacidad del personaje, el de Adolf Hitler. El gran poder de persuasión de éste sobre el que en sus tiempos fuese el pueblo más culto del planeta, debióse en principio al levantamiento de mano que le hiciera Paul von Hindenburg al nombrarle Canciller en 1933, con auxilio de las clases industriales y las élites de adinerados que pensaban equivocadamente en que podrían manejar a Hitler y al propio Partido Nazi en pro de sus conveniencias. El mundo se niega (y con razón) a olvidar las tristes consecuencias a las que dio lugar la imposición de Hindemburg.

Ejemplos como el mencionado se multiplican por la Historia y arriban con intensidad a la realidad contemporánea, naturalmente con consecuencias de menor escala (por ahora y por fortuna), pero con bases curiosamente similares, destacando como pieza fundamental dentro del cometido indicado la función de los medios de comunicación social y demás medios de comunicación. Aunque entre la mayoría de los estudiosos se prefiera determinar el poder de los medios como “algo de suma importancia, pero insuficiente para imponer un líder”, la opinión del autor del presente ensayo se inclina por lo contrario.

Con precedente distante en los juglares del medioevo, hoy prensa, radio y televisión hacen su parte —con buena ayuda del Internet—, en la promoción de ideas y personas al servicio de los intereses de mayor influencia, puestos sobre determinados aspectos de la vida común. Es así que, movidos por el aún vigente axioma maquiavélico que postula: “el vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito”, los medios venden al colectivo la idea rentable y conveniente de que el líder que se apadrina representa la solución a todos los problemas.

De la misma manera que existen daños más allá de una posible reparación, la promoción mesiánica e irresponsable de un líder, tal y como se afirmase en líneas anteriores, dota a sus capacidades de tal fama de infalibilidad, que luego intentar restarle protagonismo podría convertirse en un serio inconveniente, pasando pronto a otro postulado de gran vigencia: "...si bien el príncipe debe persuadir al pueblo, convencerlo, también debe emplear la fuerza, porque cuando ya no le crean se le puede hacer creer por la fuerza..." (M.D.).

Esta posición se enemista con la opinión de que el liderazgo surgido del engaño se agota en el descubrimiento de la verdad por parte de los seguidores. La fuerza, como factor elemental de cualquier imposición, cumple bien su cometido en el sostenimiento del liderazgo cuando la persuasión mediática falla y cuando el carisma del líder resulta parvo, llegando a tal límite que por veces distorsiona las valoraciones de verdad y de justicia en la sociedad que es víctima de estos fenómenos.

[1]. El autor ha estimado prudente hacer esta referencia a la dicotomía abstracta elemental por la claridad que manifiesta en lo que se ha querido expresar.

[2]. Se considera líder auténtico a aquel cuya influencia y persuasión parte de vinculaciones racionales, naturales e indemnes con sus seguidores.

[3]. Por creación de necesidades comúnmente se asume al proceso en virtud del cual, mediante el uso de publicidad y propaganda, se inspira al espectador sobre la existencia de una carencia sobre sí o sobre su patrimonio de la que con fuerte convicción termina considerando que debe ser cubierta con determinado producto o en el seguimiento de determinada idea.

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